miércoles, 6 de abril de 2011
El respeto: Un valor a recuperar
Por Inés Muñoz Aguirre
Un país se pierde en los pequeños detalles. Igual que como se pierden millones de litros de agua a través del bote de una tubería. Vamos perdiendo valores y casi sin darnos cuenta vamos cayendo en cometer errores que hemos criticado. Repetimos las equivocaciones, nos volvemos condescendientes y al final nos acostumbramos.
Cuando llegamos a la etapa de la costumbre creemos que el país está perdido sólo en sus grandes problemas y nos volvemos incapaces de entender que esa especie de debacle que sentimos a veces a nuestro alrededor, tiene su origen en lo que hemos ido dejando escapar.
En estos días vi una entrevista a la señora Virginia Betancourt realizada por un colega contemporáneo (hago referencia a esto para ubicar elementos de educación en un mismo contexto generacional) que trataba con todo desparpajo a su entrevistada de TU. La invitada quien estaba allí gracias a su libro “Vida en familia”, habló gran parte del programa de su papá Don Rómulo Betancourt, ex presidente de la República y poco de su reconocida trayectoria personal que como todos apreciamos va más allá de ser la hija de un ex presidente, hago referencia a esto porque son más razones para su jerarquía que merece respeto. Para completar el cuadro habló de su fecha de nacimiento lo cual nos permitió conocer de primera fuente, que la señora supera los 80 años de edad.
Sufrí de vergüenza ajena. Recordé las enseñanzas familiares que pregonaban respeto a los mayores, pero también recordé las enseñanzas universitarias que nos hablaban de la diferencia entre el periodista y el entrevistado. Preceptos que planteaban que en el proceso del trabajo debían guardarse las distancias entre el entrevistador y su invitado.
Como país deberíamos disculparnos ante la señora Betancourt. Tenemos que asumir que las teorías que buscan incentivar en la gente que todos somos iguales, no hacen más que desmerecer la trayectoria de todos los que trabajan por ser mejores y por contribuir al desarrollo de la patria. Tenemos que asumir que sí hay quienes desde sus posiciones, se hacen diferentes a la mayoría (Nos guste o no).
El país nos reclama la recuperación del respeto. Es importante asumir en la redención urgente de nuestros valores que el que haya personas que lo merezcan, de la misma forma que merecen el reconocimiento y tratamiento de usted, significa que aún tenemos ejemplos que seguir.
sábado, 18 de septiembre de 2010
¿Qué número tienes?
Un número tras otro. La luz destella futuro. Las miradas se tropiezan cargadas de temor. Nadie se atreve a ver directamente a los ojos del que está al frente. Mucho menos a los del lado. Se debe evitar cualquier gesto que cause confusión. María toma en sus manos el pequeño rectángulo de papel en el que reluce el 121. Acostumbrada a que su relación con el dinero se reduzca a guardar los billetes en el monedero; ir al banco le parece una aventura. Camina entre las sillas que agrupadas en pequeños cuadrados buscan una comodidad imposible de alcanzar. Desde una esquina en la que evita toses, estornudos y resoplidos, recuerda asombrada que debe hacer frente a la ausencia de aire, gracias al plan de ahorro energético en el que nos encontramos de la noche a la mañana. Piensa en lo bien que le vendría un pañuelo con alcohol como intento de poner fin a todo germen, cuando alguien la descubre fuera de lugar.
- Muñeca- escucha una voz que susurra a su lado - ¿Qué número tienes?
- 121 – contesta tratando de sonar amable, ante aquel hombre enfundado en su chaqueta de cuero en pleno mediodía.
- Tienes 60 personas por delante – le explica; sosteniendo un casco negro entre sus manos, con la destreza de un jugador de bowling que exhibe la pelota antes del inminente lanzamiento.
- ¡No puede ser! Exclama como a quien se le va la vida. Rápidamente multiplica por cinco, concluyendo que harán falta unas tres horas para ser atendida.
La tecnología hace de las suyas. Una distribución precisa de caja en caja según la operación indicada, reparte consecutivamente a jóvenes, viejos, hombres y mujeres por igual. Tal como que si fueran las fichas de un juego. María piensa en que el dinero en el banco inicia la conclusión de cualquier trato personal. Su reflexión le permite cuestionar las tantas teorías que existen sobre el servicio al cliente y la generación de valor. Es justamente hacia el sector servicios hacia donde se dirigen grandes esfuerzos en los planes de competitividad, buscar la sensación de bienestar del cliente es el objetivo principal. Propuesta que en nuestro país parece distar mucho de la realidad.
Una hora después, la sed y el cansancio, hacen lo suyo. Al fondo, la voz del vigilante quien solicita paciencia ante la caída del sistema. Como una avalancha la mitad de los clientes buscan la puerta; los tickets caen al piso, abandonados por sus dueños. María sonríe tratando de descubrir en cuál de ellos conseguirá su mejor oportunidad. Los que se han ido lo han hecho conscientes que al día siguiente un nuevo círculo los llevará a sostener el mismo número entre sus manos
lunes, 5 de abril de 2010
¿A DONDE SE FUE LA FE?
Por: Inés Muñoz Aguirre
http://www.inesmunozaguirre.blogspot.com
Josefina descendió desde lo alto. Velozmente salió de su apartamento porque era Miércoles Santo. Decidió salir buscando una respuesta en un acto de fe. Después de cierto tiempo alejada del mundanal ruido, de todas esas cosas que a falta de solución se le vuelven incomprensibles. Josefina vivía dedicada por completo a su trabajo, porque cree que con él se construye una vida, una sociedad y hasta un país.
Mientras escuchaba a lo lejos cierta algarabía llamó al ascensor que parecía tardarse un poco más que de costumbre. La angustia comenzó a generarle una gran inquietud por salir de allí. Cuando ya estaba a punto de bajar en carrera escalón tras escalón, se abrió la puerta de una caja felizmente vacía. Finalmente llegó al portón, cruzó la reja principal y de pronto se encontró en medio de una gran cantidad de gente que caminaba hacia el final de la avenida, vela en mano. Uno que otro con largas túnicas moradas, uno que otro con pantaloncillo de playa y sandalias. Josefina supuso que se debía a la necesidad que tiene el venezolano de sentirse de vacaciones. Después de todo sólo basta que tengamos un día libre que sin importar la causa, nos despojamos de todo lo que significa la rutina y nos volvemos esencialmente playeros. ¡Cuestiones de tanto mar cercano! Y tanto cuidado que puso ella a su vestimenta, al punto de quitarse la franela de prolongado escote que cargaba, asumiendo que las mangas y el cuello alto pondrían de manifiesto el respeto a sus tradiciones. ¡Cómo puede irse al descubierto ese día triste en que se conmemora la crucifixión!
Pero allí estaba, en medio de una gran algarabía de rezos e insultos perfectamente mezclados. La Policía Municipal luchaba por evitar el paso de los carros hacia la procesión en que traían al Nazareno. Conos atravesados, bicicletas, radios en mano, nada era suficiente para evitar tanto insulto que saltaba alrededor. Nadie quería entender que debían desviarse dos cuadras. ¿Por qué? Preguntaban unos ¿Por qué si esa es la ruta a mi casa? Protestaban otros. ¡No me da la gana de esperar! Gritaban unos ¡Abusadores! Gritaban otros. Que hubieran habilitado una doble vía, parecía no ser una alternativa para nadie. La procesión seguía adelante, a punto de sortear el desafío lanzado por todos los que olvidaron que existe un Miércoles Santo. Un miércoles que parece deslizarse buscando cobijo en tanta mirada desconcertada y ante una Venezuela tan distinta a aquella a la cual pertenecieron los abuelos. Josefina corrió desesperada optando por encerrarse de nuevo en medio de sus cuatro paredes.
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Josefina descendió desde lo alto. Velozmente salió de su apartamento porque era Miércoles Santo. Decidió salir buscando una respuesta en un acto de fe. Después de cierto tiempo alejada del mundanal ruido, de todas esas cosas que a falta de solución se le vuelven incomprensibles. Josefina vivía dedicada por completo a su trabajo, porque cree que con él se construye una vida, una sociedad y hasta un país.
Mientras escuchaba a lo lejos cierta algarabía llamó al ascensor que parecía tardarse un poco más que de costumbre. La angustia comenzó a generarle una gran inquietud por salir de allí. Cuando ya estaba a punto de bajar en carrera escalón tras escalón, se abrió la puerta de una caja felizmente vacía. Finalmente llegó al portón, cruzó la reja principal y de pronto se encontró en medio de una gran cantidad de gente que caminaba hacia el final de la avenida, vela en mano. Uno que otro con largas túnicas moradas, uno que otro con pantaloncillo de playa y sandalias. Josefina supuso que se debía a la necesidad que tiene el venezolano de sentirse de vacaciones. Después de todo sólo basta que tengamos un día libre que sin importar la causa, nos despojamos de todo lo que significa la rutina y nos volvemos esencialmente playeros. ¡Cuestiones de tanto mar cercano! Y tanto cuidado que puso ella a su vestimenta, al punto de quitarse la franela de prolongado escote que cargaba, asumiendo que las mangas y el cuello alto pondrían de manifiesto el respeto a sus tradiciones. ¡Cómo puede irse al descubierto ese día triste en que se conmemora la crucifixión!
Pero allí estaba, en medio de una gran algarabía de rezos e insultos perfectamente mezclados. La Policía Municipal luchaba por evitar el paso de los carros hacia la procesión en que traían al Nazareno. Conos atravesados, bicicletas, radios en mano, nada era suficiente para evitar tanto insulto que saltaba alrededor. Nadie quería entender que debían desviarse dos cuadras. ¿Por qué? Preguntaban unos ¿Por qué si esa es la ruta a mi casa? Protestaban otros. ¡No me da la gana de esperar! Gritaban unos ¡Abusadores! Gritaban otros. Que hubieran habilitado una doble vía, parecía no ser una alternativa para nadie. La procesión seguía adelante, a punto de sortear el desafío lanzado por todos los que olvidaron que existe un Miércoles Santo. Un miércoles que parece deslizarse buscando cobijo en tanta mirada desconcertada y ante una Venezuela tan distinta a aquella a la cual pertenecieron los abuelos. Josefina corrió desesperada optando por encerrarse de nuevo en medio de sus cuatro paredes.
martes, 9 de marzo de 2010
SIN LUZ SOLO HAY SOMBRAS
Por: Inés Muñoz Aguirre
http://www.inesmunozaguirre.blogspot.com
José apretó el acelerador, estaba entrando en la ciudad a eso de las 10 de la noche. Al tomar la avenida principal pensó que se había equivocado y que como en un cuento de ficción había caído de un lugar a otro sin apenas darse cuenta. La oscuridad no le impedía ver la realidad. Aquella ciudad que en otras épocas había sido famosa por su iluminación, pasaba ante sus ojos convertida en una secuencia de fotogramas de sombras. Las vallas habían desaparecido sumiendo en un vacio de marcas, ofertas y productos a los conductores quienes se habían convertido en asiduos seguidores de fotografías, frases y propuestas surgidas del ingenio humano en su empeño de comprar y vender. Las luces de los postes estaban apagadas y tal como que si estuviera en medio de una carretera en el rincón más recóndito del país, el trayecto sólo era marcado por las luces del carro.
José sintió que aumentaba en él, la sensación de estar perdido en un túnel que lo conducía hacia el pasado; las cosas que pasaban en su ciudad de nacimiento no ocurrían en ninguna otra ciudad del mundo. Un franco retroceso, marcaba el día a día y aquella oscuridad no era otra cosa que la confirmación de cómo hay elementos que aunque no se quiera, son la prueba clara del avance o del retroceso – Esta oscuridad – pensó – nos está robando por completo la proyección de ciudad moderna que nos caracterizó en otros tiempos.
Los edificios apenas se perciben como grandes moles de cemento, apenas adornados de débiles luces que nos indican que aun hay gente viviendo en ellos. Gente sumidos en la misma oscuridad, que alienta la falta de energía, la posibilidad de la multa y la desesperanza. Estando ya muy cerca del distribuidor que lo sacará directamente hacia la urbanización hacia la cual se dirige, pone las luces altas para distinguir la vía con mayor precisión. No puede creer la soledad que hay en las calles; el paso apresurado de la poca gente que camina angustiada; la velocidad con que pasan a su lado los carros que parecen huir despavoridos de quien sabe cuántas cosas. En los cerros se distinguen largas hileras de luces blancas, provenientes de los miles de bombillos ahorradores, quizá el único avance logrado en medio de esta crisis.
Cuando finalmente José llega a su casa se encuentra que tiene que subir las escaleras, ya que los ascensores no están funcionando para contribuir al ahorro de energía. La subida lenta hacia el piso doce le hace descubrir que en los pasillos hay iluminación para un piso sí y para otro no. El encuentro repentino con uno de sus vecinos le hace saltar el corazón porque no logra distinguir de quien se trata y por momentos cree sentirse perdido bajo las amenazas de un ladrón. Al otro hombre le sucede lo mismo, difícilmente se logran distinguir en medio de aquella oscuridad que sólo les permite escuchar el sonido agudo de la respiración entrecortada y de unos corazones acelerados. Por momento viene a la mente de José aquella vieja costumbre de - ¿Quién anda, ahí? – Ansioso de escuchar la típica respuesta –Gente de paz. Cuando finalmente se descubren frente a frente, vuelven a la vida en el reconocimiento; el saludo cansado y el sueño de llegar sanos y salvos a donde van. Finalmente José entra en aquel espacio en el que se había acostumbrado a ver la ciudad desde el balcón; una ciudad viva; llena de múltiples colores; una ciudad que ahora lo sobrecoge porque sus pocas luces le dan la sensación de una ciudad abandonada. José sintió que inesperadamente una lágrima saltó por su mejilla, como respuesta a sus emociones encontradas y se quedó preguntándose a dónde había ido lo que una vez tuvo y hacia donde lo conducirían sus pasos.
La respuesta se quedó colgada de una sombra.
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José apretó el acelerador, estaba entrando en la ciudad a eso de las 10 de la noche. Al tomar la avenida principal pensó que se había equivocado y que como en un cuento de ficción había caído de un lugar a otro sin apenas darse cuenta. La oscuridad no le impedía ver la realidad. Aquella ciudad que en otras épocas había sido famosa por su iluminación, pasaba ante sus ojos convertida en una secuencia de fotogramas de sombras. Las vallas habían desaparecido sumiendo en un vacio de marcas, ofertas y productos a los conductores quienes se habían convertido en asiduos seguidores de fotografías, frases y propuestas surgidas del ingenio humano en su empeño de comprar y vender. Las luces de los postes estaban apagadas y tal como que si estuviera en medio de una carretera en el rincón más recóndito del país, el trayecto sólo era marcado por las luces del carro.
José sintió que aumentaba en él, la sensación de estar perdido en un túnel que lo conducía hacia el pasado; las cosas que pasaban en su ciudad de nacimiento no ocurrían en ninguna otra ciudad del mundo. Un franco retroceso, marcaba el día a día y aquella oscuridad no era otra cosa que la confirmación de cómo hay elementos que aunque no se quiera, son la prueba clara del avance o del retroceso – Esta oscuridad – pensó – nos está robando por completo la proyección de ciudad moderna que nos caracterizó en otros tiempos.
Los edificios apenas se perciben como grandes moles de cemento, apenas adornados de débiles luces que nos indican que aun hay gente viviendo en ellos. Gente sumidos en la misma oscuridad, que alienta la falta de energía, la posibilidad de la multa y la desesperanza. Estando ya muy cerca del distribuidor que lo sacará directamente hacia la urbanización hacia la cual se dirige, pone las luces altas para distinguir la vía con mayor precisión. No puede creer la soledad que hay en las calles; el paso apresurado de la poca gente que camina angustiada; la velocidad con que pasan a su lado los carros que parecen huir despavoridos de quien sabe cuántas cosas. En los cerros se distinguen largas hileras de luces blancas, provenientes de los miles de bombillos ahorradores, quizá el único avance logrado en medio de esta crisis.
Cuando finalmente José llega a su casa se encuentra que tiene que subir las escaleras, ya que los ascensores no están funcionando para contribuir al ahorro de energía. La subida lenta hacia el piso doce le hace descubrir que en los pasillos hay iluminación para un piso sí y para otro no. El encuentro repentino con uno de sus vecinos le hace saltar el corazón porque no logra distinguir de quien se trata y por momentos cree sentirse perdido bajo las amenazas de un ladrón. Al otro hombre le sucede lo mismo, difícilmente se logran distinguir en medio de aquella oscuridad que sólo les permite escuchar el sonido agudo de la respiración entrecortada y de unos corazones acelerados. Por momento viene a la mente de José aquella vieja costumbre de - ¿Quién anda, ahí? – Ansioso de escuchar la típica respuesta –Gente de paz. Cuando finalmente se descubren frente a frente, vuelven a la vida en el reconocimiento; el saludo cansado y el sueño de llegar sanos y salvos a donde van. Finalmente José entra en aquel espacio en el que se había acostumbrado a ver la ciudad desde el balcón; una ciudad viva; llena de múltiples colores; una ciudad que ahora lo sobrecoge porque sus pocas luces le dan la sensación de una ciudad abandonada. José sintió que inesperadamente una lágrima saltó por su mejilla, como respuesta a sus emociones encontradas y se quedó preguntándose a dónde había ido lo que una vez tuvo y hacia donde lo conducirían sus pasos.
La respuesta se quedó colgada de una sombra.
lunes, 1 de marzo de 2010
¿DE QUE PLANETA SON?...
Blanca no salía de su asombro al escuchar el nombre que su amiga Mileydi le iba a poner a su hijo a punto de nacer. Cual escena de telenovela la mujer a punto de parir pegaba gritos varios, sonoros y a veces matizados por una que otra grosería, pero jamás perdió la capacidad de responder con voz claramente inteligible a la pregunta:
• ¿Y qué nombre le pondrás?
• Brandon Bastry........ Brandon Bastry........ Brandon Bastry........
Cuando ella nació en este país valía la pena llamarse Blanca. Todavía no estaba de moda lo del "eco" y mucho menos anticiparse a saber el sexo del bebe en espera. Sin embargo su madre no tuvo ninguna duda: "Si es niña se llamará Blanca", nombre que sólo tuvo por competencia María, Josefina, Manuela o Carmen como la abuela.
¿Y sí es niño? Preguntó el futuro padre sonreído, convencido que su hijo merecía llevar su nombre como el más justo de los reconocimientos a un hombre como él: hombre enamorado, padre impaciente, trabajador innegable. ¡Pero se equivocaba! La madre de Blanca respondió:
• Si es niño, se llamará Carlos
El grito de decepción de José se escuchó cuadras abajo. Las lágrimas asomaban a sus ojos, porque a pesar de la hombría que lo caracterizaba tenía sus sentimientos. Ante semejante reacción se le ablandó el corazón a la parturienta quien dijo aunque ya con voz algo débil:
• Está bien, se llamará Carlos José.
Para salvación del matrimonio nació Blanca, lo cual evitó que la discusión siguiera adelante ¡Gracias a Dios, cuando nació su segundo hijo, José sintió que el corazón se le reventaba de orgullo, una vez que su mujer le repitió una y otra vez: ¡José, se llamará José!
¡Pero cómo cambiaron las cosas en este país! Blanca nunca ha logrado entender cuando comenzó todo, lo cierto es que en el camino hasta ella optó por presentarse simplemente como "Blan" porque por cosas que ya no desea ni recordar, su nombre se convirtió en una raya. Entre tanto surgía una gran y novedosa variedad: los jeferson, los kenedy, los Wilson, los Wilmer, después vino la etapa de los Yonatan, Yubiritza, y Yuribitzay.
Lo cierto es que con cada nacimiento llega una evidente sorpresa, un nuevo nombre que aprender, un país que se prepara para ser descubierto en algún momento, conformado por un gran número de ciudadanos que parecen venir de otro planeta ¿O será que los nombres no tienen que ver, con nuestra identidad y con los lazos que nos unen a nuestra tierra?
• ¿Y qué nombre le pondrás?
• Brandon Bastry........ Brandon Bastry........ Brandon Bastry........
Cuando ella nació en este país valía la pena llamarse Blanca. Todavía no estaba de moda lo del "eco" y mucho menos anticiparse a saber el sexo del bebe en espera. Sin embargo su madre no tuvo ninguna duda: "Si es niña se llamará Blanca", nombre que sólo tuvo por competencia María, Josefina, Manuela o Carmen como la abuela.
¿Y sí es niño? Preguntó el futuro padre sonreído, convencido que su hijo merecía llevar su nombre como el más justo de los reconocimientos a un hombre como él: hombre enamorado, padre impaciente, trabajador innegable. ¡Pero se equivocaba! La madre de Blanca respondió:
• Si es niño, se llamará Carlos
El grito de decepción de José se escuchó cuadras abajo. Las lágrimas asomaban a sus ojos, porque a pesar de la hombría que lo caracterizaba tenía sus sentimientos. Ante semejante reacción se le ablandó el corazón a la parturienta quien dijo aunque ya con voz algo débil:
• Está bien, se llamará Carlos José.
Para salvación del matrimonio nació Blanca, lo cual evitó que la discusión siguiera adelante ¡Gracias a Dios, cuando nació su segundo hijo, José sintió que el corazón se le reventaba de orgullo, una vez que su mujer le repitió una y otra vez: ¡José, se llamará José!
¡Pero cómo cambiaron las cosas en este país! Blanca nunca ha logrado entender cuando comenzó todo, lo cierto es que en el camino hasta ella optó por presentarse simplemente como "Blan" porque por cosas que ya no desea ni recordar, su nombre se convirtió en una raya. Entre tanto surgía una gran y novedosa variedad: los jeferson, los kenedy, los Wilson, los Wilmer, después vino la etapa de los Yonatan, Yubiritza, y Yuribitzay.
Lo cierto es que con cada nacimiento llega una evidente sorpresa, un nuevo nombre que aprender, un país que se prepara para ser descubierto en algún momento, conformado por un gran número de ciudadanos que parecen venir de otro planeta ¿O será que los nombres no tienen que ver, con nuestra identidad y con los lazos que nos unen a nuestra tierra?
lunes, 22 de febrero de 2010
¿Y ese vuelto, no es suyo?
José pensó que la devaluación de la moneda ha contribuido a brindarnos la posibilidad de tener un patrimonio incalculable porque no siempre es capital lo que acumula el hombre, también puede reunir anécdotas y experiencias. Contamos - le dijo a su mujer- con un inmenso patrimonio histórico, que desatará el asombro en nuestros niños. José imaginó como con ojos luminosos sus hijos lo mirarían incrédulos. -Imagínate María cuando les hablemos del centavo conocido popularmente como “puya”. Menos nos creerán cuando les digamos que un “medio” tenía veinticinco centavos y que más de uno disfrutó la maravillosa ventaja de recibir veinticinco caramelos a cambio.
María llena de entusiasmo recordó - ¿Y de la locha? El asombro será parecido al que vivíamos nosotros cuando nuestros abuelos nos hablaban de las morocotas. Si para uno era inconcebible la idea de que el oro circulara libremente en forma de moneda, para ellos será motivo de risa pensar que existieron las monedas de plata.
-Lo cierto es que la locha también tenía su valor- contestó José a su mujer – porque muchos pagamos con un “medio” aquellos helados conocidos como morochos. Estaba claro que un helado costaba doce céntimos y medio.
La nostalgia se apoderó de los dos, ya estas no son historias que se transmiten de abuelos a nietos, sólo basta el paso de una generación a otra para acumular un buen anecdotario - José continuó mientras su mujer lo contemplaba quizá hasta con ganas de llorar - ¿Y te acuerdas cuando desaparecieron las monedas y comenzaron a aparecer aquellos billetes azulitos que equivalían a uno y dos bolívares? ¿Para qué, si un buen día decidirían no fabricar más billetes de cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos bolívares y las monedas volverían a aparecer?
-Si – contestó María - monedas que no han sido bien recibidas, entre otras cosas porque hemos tenido que rescatar las “chacaritas”, “portamonedas”, “monederos”, aparte de que la “viveza criolla” ha hecho su “agosto” con aquello de que “No tengo sencillo”. ¡Ay! – suspiró- aquel tiempo de los billetes ya no volverá y pensar que en el descuido sutil en que caemos con las moneditas, a cualquiera se le puede escapar la quincena. Lo de no tener cambio se ha extendido demasiado. Cada vez que vamos de compras tenemos que mostrarnos indiferentes ante el abuso de muchos comerciantes que sonríen felices y contentos tras su caja registradora quedándose con los setenta y cinco céntimos, los dos o tres bolívares que nos corresponden de vuelto ¿No es obligación de los comerciantes estar preparados con el suficiente “cambio” para atender adecuada y justamente a los clientes?. ¿Todo ese dinero acumulado de la suma de un vuelto y otro “robado” amigablemente al usuario, a manos de quién va a parar cuando se realiza el cierre de la caja registradora?
Los recuerdos se habían vuelto una realidad, José pensó en lo importante de reclamar el vuelto aunque se reciba una torcida de ojos. Qué bueno sería no movernos del lugar- le dijo a su mujer- hasta que nos haya sido entregado el vuelto completo, así se trate de cinco céntimos.
María sonrió sólo de imaginarse la situación. Hay que recordar en este anecdotario, que aún los céntimos tienen su valor.
María llena de entusiasmo recordó - ¿Y de la locha? El asombro será parecido al que vivíamos nosotros cuando nuestros abuelos nos hablaban de las morocotas. Si para uno era inconcebible la idea de que el oro circulara libremente en forma de moneda, para ellos será motivo de risa pensar que existieron las monedas de plata.
-Lo cierto es que la locha también tenía su valor- contestó José a su mujer – porque muchos pagamos con un “medio” aquellos helados conocidos como morochos. Estaba claro que un helado costaba doce céntimos y medio.
La nostalgia se apoderó de los dos, ya estas no son historias que se transmiten de abuelos a nietos, sólo basta el paso de una generación a otra para acumular un buen anecdotario - José continuó mientras su mujer lo contemplaba quizá hasta con ganas de llorar - ¿Y te acuerdas cuando desaparecieron las monedas y comenzaron a aparecer aquellos billetes azulitos que equivalían a uno y dos bolívares? ¿Para qué, si un buen día decidirían no fabricar más billetes de cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos bolívares y las monedas volverían a aparecer?
-Si – contestó María - monedas que no han sido bien recibidas, entre otras cosas porque hemos tenido que rescatar las “chacaritas”, “portamonedas”, “monederos”, aparte de que la “viveza criolla” ha hecho su “agosto” con aquello de que “No tengo sencillo”. ¡Ay! – suspiró- aquel tiempo de los billetes ya no volverá y pensar que en el descuido sutil en que caemos con las moneditas, a cualquiera se le puede escapar la quincena. Lo de no tener cambio se ha extendido demasiado. Cada vez que vamos de compras tenemos que mostrarnos indiferentes ante el abuso de muchos comerciantes que sonríen felices y contentos tras su caja registradora quedándose con los setenta y cinco céntimos, los dos o tres bolívares que nos corresponden de vuelto ¿No es obligación de los comerciantes estar preparados con el suficiente “cambio” para atender adecuada y justamente a los clientes?. ¿Todo ese dinero acumulado de la suma de un vuelto y otro “robado” amigablemente al usuario, a manos de quién va a parar cuando se realiza el cierre de la caja registradora?
Los recuerdos se habían vuelto una realidad, José pensó en lo importante de reclamar el vuelto aunque se reciba una torcida de ojos. Qué bueno sería no movernos del lugar- le dijo a su mujer- hasta que nos haya sido entregado el vuelto completo, así se trate de cinco céntimos.
María sonrió sólo de imaginarse la situación. Hay que recordar en este anecdotario, que aún los céntimos tienen su valor.
lunes, 8 de febrero de 2010
¿Obligada a tu música?
Josefina estaba sentada en un sillón secándose las lágrimas. Al fondo comenzó a sonar una cumbia. ¡No lo podía creer! Una cumbia. Sus vecinos tenían la música a todo volumen, como sucede todos los viernes y sábados mientras toman cerveza. ¡y como toman! Josefina se pregunta con mucha frecuencia mientras ve acumularse las cajas desde la ventana de su cocina: ¿cómo harán para rendir el dinero, si a mí no me alcanza para nada? Lo cierto es que siempre parecen tener un motivo para celebrar, sea cual sea el fin de semana. Por supuesto, en el edificio todos celebran juntos sin saber exactamente por qué. ¿Qué otra alternativa queda? Los viernes la música casi ha adoptado condición de canción de cuna y con el tiempo, la mayoría de los vecinos han aprendido a dormir con ese gran ronroneo de fondo.
Los sábados es el peor día, casi es una costumbre hacer las llamadas telefónicas, ver televisión, escuchar algo de radio o leer antes de las tres de la tarde. A partir de esa hora es realmente imposible hacer nada como no sea sentarse a mirar el piso llenos de insatisfacción o simplemente salir corriendo a recorrer las calles o cualquier centro comercial con la triste sensación de no tener una casa donde pasar un fin se semana tranquilo.
Lo cierto es que además nadie dice nada, nadie se atreve a reclamar. ¿Para qué? Ya todos se acostumbraron a que cuando alguien reclama el resultado es peor, y la música, el ruido, las carcajadas y chistes retumban formando parte de la estructura del edificio.
Josefina volvió a secar sus lágrimas, ya ni recuerda por qué estaba llorando y se paró enfurecida rumbo a la ventana de la cocina dispuesta a reclamar. La fiesta estaba en pleno apogeo, esta vez aderezada con partido de dominó. En ese preciso instante se dio cuenta que ni siquiera tenía voz para hacerse escuchar, por más que gritara, el ruido ensordecedor se tragaría cualquier exclamación por más fuerte que fuera. Se retiró rendida una vez más y como siempre se dedicó a cerrar todas las ventanas lo más herméticamente que pudo.
¿Cómo puede una sola familia alterar las costumbres de todas las demás? ¨Pues sí, nadie lo creería, pero puede ser. Lo más importante es descubrir que a través de la unidad de criterios podrían lograrse acuerdos para vivir mejor en comunidad.
Los sábados es el peor día, casi es una costumbre hacer las llamadas telefónicas, ver televisión, escuchar algo de radio o leer antes de las tres de la tarde. A partir de esa hora es realmente imposible hacer nada como no sea sentarse a mirar el piso llenos de insatisfacción o simplemente salir corriendo a recorrer las calles o cualquier centro comercial con la triste sensación de no tener una casa donde pasar un fin se semana tranquilo.
Lo cierto es que además nadie dice nada, nadie se atreve a reclamar. ¿Para qué? Ya todos se acostumbraron a que cuando alguien reclama el resultado es peor, y la música, el ruido, las carcajadas y chistes retumban formando parte de la estructura del edificio.
Josefina volvió a secar sus lágrimas, ya ni recuerda por qué estaba llorando y se paró enfurecida rumbo a la ventana de la cocina dispuesta a reclamar. La fiesta estaba en pleno apogeo, esta vez aderezada con partido de dominó. En ese preciso instante se dio cuenta que ni siquiera tenía voz para hacerse escuchar, por más que gritara, el ruido ensordecedor se tragaría cualquier exclamación por más fuerte que fuera. Se retiró rendida una vez más y como siempre se dedicó a cerrar todas las ventanas lo más herméticamente que pudo.
¿Cómo puede una sola familia alterar las costumbres de todas las demás? ¨Pues sí, nadie lo creería, pero puede ser. Lo más importante es descubrir que a través de la unidad de criterios podrían lograrse acuerdos para vivir mejor en comunidad.
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