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lunes, 25 de enero de 2010

¿Caliche?

Mi perro se murió de tristeza. He estado observándolo allí en mi jardín con las patas estiradas en posición de emprender una carrera inmediata. Reflejo de lo que fue su vida. También me he quedado viendo su boca abierta, como a punto de cumplir su cometido. Ni, aún así, puedo creer lo sucedido. Realmente estamos todos muy consternados, tanto esfuerzo, tanta dedicación, tanto dinero invertido. Si. Ante la manía familiar de estar siempre informados, un buen día, decidimos tener un perro.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Tienen que ver demasiado. El perro llegó pequeñito. Desde ese mismo momento y hora, contratamos al entrenador. ¡Les digo que un dineral! Sin embargo, valió la pena. Caliche que así se llamaba, corría hasta el borde del jardín (marcado sólo por la diferencia entre la grama y la acera) recogía el periódico y lo traía directamente hasta la poltrona de papá. Él era el primero en saber con pelos y señales todo lo que ocurría en el país.
Treinta minutos después llegaba el siguiente repartidor (Comprábamos los dos periódicos principales,pero por cuestiones de competencia eran repartidores distintos) Nuevamente Caliche corría entusiasmado a cumplir su función. Agarraba aquel periódico con extrema delicadeza, nada de romperlo con sus colmillos. Tampoco lo babeaba, no señor. Caliche estaba claro de la necesidad de información.
El primer golpe terrible en la vida de nuestro perro, fue tener que enfrentarse a un muro de tres metros de alto que lo separó abruptamente de la acera (cuestiones de seguridad) A partir de allí, aprendió a correr de un extremo a otro, esperando ver caer el periódico por encima del muro. Daba la impresión que la noticia venía directamente del cielo. Otro aspecto que siempre llamaba la atención es que avisaba entre ladridos y carreras la hora del noticiero, lo cual hacía cabalmente en la mañana, al mediodía y en la noche. Lo que nunca pudimos lograr fue que nos alertara sobre las cadenas gubernamentales, creo que el entrenador había reafirmado mucho en él, la exigencia de libertad.
A estas alturas ya deben suponer lo que sucedió con Caliche. A medida que fueron desapareciendo los periódicos de nuestro país, aquel pobre animal fue entrando en una depresión aterradora. ¿Qué sería de su vida sin los diarios? Al desaparecer los noticieros ya no tenía motivos para ladrar. Poco a poco se fue colocando frente al televisor, lleno de esperanzas, digo yo, pero el pobre fue desmejorando a medida que desaparecían los programas de opinión. Los niños entusiasmados, sin entender de que se trataba aquella tristeza de nuestro perro, gritaban:
•Comiquitas, comiquitas.
Yo sé que él los miraba de reojo, como incrédulo, ante tanta indiferencia. Reconozco mi cuota de responsabilidad, como la de cada miembro de mi familia, como la de todos mis vecinos y los demás, jamás dije nada. Jamás hice nada. Estoy segura que hay hasta quienes llegaron a pensar: "Mejor, porque leer las noticias me hacía entrar en depresión".
El golpe final fue la desaparición de los canales. Caliche jamás se conformó con eso de tener que mirar solo el canal del Estado. Evidentemente había desaparecido de su vida, toda motivación. Los niños seguían sin entender y nadie les explicaba. ¿Para qué? Con esa dejadez que genera el conformismo, el creer de antemano que la batalla está perdida, preferimos quedarnos así. Al final, es verdad, Caliche no fue el único en perder la batalla, la perdimos todos, pero fue por no hacer nada. Ahora no nos queda otra cosa que enterrar a nuestro perro y junto a él la posibilidad de ser una familia bien informada.

Crónica escrita el 8 de mayo de 2000.