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lunes, 1 de febrero de 2010

SIN ROSTRO

Por: Inés Muñoz Aguirre

Se levantó muy temprano, algo, no sabe exactamente que, lo impulsó a iniciar el día mucho antes que de costumbre. Se detuvo largo tiempo delante del espejo tratando de descubrir su identidad, quizá intentando descubrir algo que no hubiera visto nunca en su rostro. Tal vez, todo lo que le había estado sucediendo era consecuencia de una pérdida de memoria, que aunque no llegaba a ser amnesia total, si representaba el olvido de una serie de acontecimientos: robos, acusaciones, deslices en general, que al tenerlos presentes hubieran cambiado su historia. Pero él era así. ¿Para qué buscarse dolores de cabeza?
¿Cuántas veces preguntó, sin obtener respuesta? ¿Cuántas veces insistió para lograrla? No muchas, tenía que reconocerlo. Bastaba conseguir algunas negativas para caer en depresión y quedarse al margen de todo. Además, eso era más fácil. No tardó mucho en entender que si no hacía nada, siempre habría quien decidiera, participara y mucho más importante que eso: quien prometiera.
Descubrió que en las promesas se acumulaba la esperanza para un nuevo tiempo. Cada palabra podía fácilmente representar un giro total en su estilo de vida. Aunque nunca pasara nada. Durante mucho tiempo estuvo allí, escuchando, con la mirada llena de brillo, enseñándoles a sus hijos cual era el camino a seguir. Cuando las promesas tardaban en llegar, siempre quedaba el camino del juego. En un par de números y en el azar, podía estar la solución a todo ¿Para qué pedir más?
Mirándose al espejo también descubrió que su trabajo le generaba una entrada fija mensual, que aunque no mucha, era suficiente.Todos los sábados se podía reunir con sus amigos, en esa especie de fiestas improvisadas de fin de semana, que les permitía divertirse, echar chistes, beberse sus tragos y sobre todo bailar al ritmo de su música predilecta. Era el momento de reconocer que buena parte de su vida había transcurrido entre chistes y música. Entre el baile y la diversión. Entonces, ¿Qué hacía allí, mirándose en el espejo tratando de descubrir en su rostro algo qué no sabía exactamente que era?
Se levantó y encendió el televisor. Menos mal, porque ya había empezado el programa de concursos que tanto le gustaba. Un poco más y se pierde la aparición de la mujer con barba y del chivo de tres cabezas. Eso no se lo hubiera perdonado nunca, porque después no tendría de que hablar con sus amigos. Pasó cerca de tres horas frente a la pantalla del televisor, sin pestañear siquiera. De vez en cuando se escuchaban unas carcajadas que inundaban todo el ambiente y por encima de ellas la voz del orgulloso narrador.
Solo el repique del teléfono lo sacó de su concentración.
• Aló. Aló. ¿Quién habla allí? Ah, Antonio. Si. ¿Dónde es? En la Plaza Central. ¿Y cómo es la cosa? Palabras del candidato y presentación de la Orquesta. Claro, eso como que va a estar muy bueno. ¿Cerveza? Caray, no se puede faltar. No, no. Tú sabes que yo no voy a votar por él, pero no importa. Ah no - continuó - pero claro, igual yo voy a estar ahí, porque esa parranda promete estar buena.
Salió corriendo, dispuesto a no perder ni un segundo más. Mientras se vestía prendió la radio ensayando: un pasito pa´lante, un pasito pa´tras. En el espejo se quedó una pregunta sin responder. Se quedó prendida una imagen sin rostro.
¿Hacia dónde fue exactamente? No lo sabemos. Perfectamente podía ser a cualquier Plaza Central de cualquier ciudad. Lo cierto es que todos parecemos bailar a un mismo ritmo y entonar una misma canción, mientras poderes, toma de decisión, liderazgo y promesas se concentran siempre en unos pocos, que hacen de sus palabras un bálsamo hipnotizador. En cualquier lugar estará José repitiendo cualquier consigna enardecido. Lo peor es que cuando regrese a su casa y se vea en el espejo, volverá a sentirse complacido.