lunes, 8 de febrero de 2010
¿Obligada a tu música?
Josefina estaba sentada en un sillón secándose las lágrimas. Al fondo comenzó a sonar una cumbia. ¡No lo podía creer! Una cumbia. Sus vecinos tenían la música a todo volumen, como sucede todos los viernes y sábados mientras toman cerveza. ¡y como toman! Josefina se pregunta con mucha frecuencia mientras ve acumularse las cajas desde la ventana de su cocina: ¿cómo harán para rendir el dinero, si a mí no me alcanza para nada? Lo cierto es que siempre parecen tener un motivo para celebrar, sea cual sea el fin de semana. Por supuesto, en el edificio todos celebran juntos sin saber exactamente por qué. ¿Qué otra alternativa queda? Los viernes la música casi ha adoptado condición de canción de cuna y con el tiempo, la mayoría de los vecinos han aprendido a dormir con ese gran ronroneo de fondo.
Los sábados es el peor día, casi es una costumbre hacer las llamadas telefónicas, ver televisión, escuchar algo de radio o leer antes de las tres de la tarde. A partir de esa hora es realmente imposible hacer nada como no sea sentarse a mirar el piso llenos de insatisfacción o simplemente salir corriendo a recorrer las calles o cualquier centro comercial con la triste sensación de no tener una casa donde pasar un fin se semana tranquilo.
Lo cierto es que además nadie dice nada, nadie se atreve a reclamar. ¿Para qué? Ya todos se acostumbraron a que cuando alguien reclama el resultado es peor, y la música, el ruido, las carcajadas y chistes retumban formando parte de la estructura del edificio.
Josefina volvió a secar sus lágrimas, ya ni recuerda por qué estaba llorando y se paró enfurecida rumbo a la ventana de la cocina dispuesta a reclamar. La fiesta estaba en pleno apogeo, esta vez aderezada con partido de dominó. En ese preciso instante se dio cuenta que ni siquiera tenía voz para hacerse escuchar, por más que gritara, el ruido ensordecedor se tragaría cualquier exclamación por más fuerte que fuera. Se retiró rendida una vez más y como siempre se dedicó a cerrar todas las ventanas lo más herméticamente que pudo.
¿Cómo puede una sola familia alterar las costumbres de todas las demás? ¨Pues sí, nadie lo creería, pero puede ser. Lo más importante es descubrir que a través de la unidad de criterios podrían lograrse acuerdos para vivir mejor en comunidad.
Los sábados es el peor día, casi es una costumbre hacer las llamadas telefónicas, ver televisión, escuchar algo de radio o leer antes de las tres de la tarde. A partir de esa hora es realmente imposible hacer nada como no sea sentarse a mirar el piso llenos de insatisfacción o simplemente salir corriendo a recorrer las calles o cualquier centro comercial con la triste sensación de no tener una casa donde pasar un fin se semana tranquilo.
Lo cierto es que además nadie dice nada, nadie se atreve a reclamar. ¿Para qué? Ya todos se acostumbraron a que cuando alguien reclama el resultado es peor, y la música, el ruido, las carcajadas y chistes retumban formando parte de la estructura del edificio.
Josefina volvió a secar sus lágrimas, ya ni recuerda por qué estaba llorando y se paró enfurecida rumbo a la ventana de la cocina dispuesta a reclamar. La fiesta estaba en pleno apogeo, esta vez aderezada con partido de dominó. En ese preciso instante se dio cuenta que ni siquiera tenía voz para hacerse escuchar, por más que gritara, el ruido ensordecedor se tragaría cualquier exclamación por más fuerte que fuera. Se retiró rendida una vez más y como siempre se dedicó a cerrar todas las ventanas lo más herméticamente que pudo.
¿Cómo puede una sola familia alterar las costumbres de todas las demás? ¨Pues sí, nadie lo creería, pero puede ser. Lo más importante es descubrir que a través de la unidad de criterios podrían lograrse acuerdos para vivir mejor en comunidad.
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