lunes, 22 de febrero de 2010
¿Y ese vuelto, no es suyo?
José pensó que la devaluación de la moneda ha contribuido a brindarnos la posibilidad de tener un patrimonio incalculable porque no siempre es capital lo que acumula el hombre, también puede reunir anécdotas y experiencias. Contamos - le dijo a su mujer- con un inmenso patrimonio histórico, que desatará el asombro en nuestros niños. José imaginó como con ojos luminosos sus hijos lo mirarían incrédulos. -Imagínate María cuando les hablemos del centavo conocido popularmente como “puya”. Menos nos creerán cuando les digamos que un “medio” tenía veinticinco centavos y que más de uno disfrutó la maravillosa ventaja de recibir veinticinco caramelos a cambio.
María llena de entusiasmo recordó - ¿Y de la locha? El asombro será parecido al que vivíamos nosotros cuando nuestros abuelos nos hablaban de las morocotas. Si para uno era inconcebible la idea de que el oro circulara libremente en forma de moneda, para ellos será motivo de risa pensar que existieron las monedas de plata.
-Lo cierto es que la locha también tenía su valor- contestó José a su mujer – porque muchos pagamos con un “medio” aquellos helados conocidos como morochos. Estaba claro que un helado costaba doce céntimos y medio.
La nostalgia se apoderó de los dos, ya estas no son historias que se transmiten de abuelos a nietos, sólo basta el paso de una generación a otra para acumular un buen anecdotario - José continuó mientras su mujer lo contemplaba quizá hasta con ganas de llorar - ¿Y te acuerdas cuando desaparecieron las monedas y comenzaron a aparecer aquellos billetes azulitos que equivalían a uno y dos bolívares? ¿Para qué, si un buen día decidirían no fabricar más billetes de cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos bolívares y las monedas volverían a aparecer?
-Si – contestó María - monedas que no han sido bien recibidas, entre otras cosas porque hemos tenido que rescatar las “chacaritas”, “portamonedas”, “monederos”, aparte de que la “viveza criolla” ha hecho su “agosto” con aquello de que “No tengo sencillo”. ¡Ay! – suspiró- aquel tiempo de los billetes ya no volverá y pensar que en el descuido sutil en que caemos con las moneditas, a cualquiera se le puede escapar la quincena. Lo de no tener cambio se ha extendido demasiado. Cada vez que vamos de compras tenemos que mostrarnos indiferentes ante el abuso de muchos comerciantes que sonríen felices y contentos tras su caja registradora quedándose con los setenta y cinco céntimos, los dos o tres bolívares que nos corresponden de vuelto ¿No es obligación de los comerciantes estar preparados con el suficiente “cambio” para atender adecuada y justamente a los clientes?. ¿Todo ese dinero acumulado de la suma de un vuelto y otro “robado” amigablemente al usuario, a manos de quién va a parar cuando se realiza el cierre de la caja registradora?
Los recuerdos se habían vuelto una realidad, José pensó en lo importante de reclamar el vuelto aunque se reciba una torcida de ojos. Qué bueno sería no movernos del lugar- le dijo a su mujer- hasta que nos haya sido entregado el vuelto completo, así se trate de cinco céntimos.
María sonrió sólo de imaginarse la situación. Hay que recordar en este anecdotario, que aún los céntimos tienen su valor.
María llena de entusiasmo recordó - ¿Y de la locha? El asombro será parecido al que vivíamos nosotros cuando nuestros abuelos nos hablaban de las morocotas. Si para uno era inconcebible la idea de que el oro circulara libremente en forma de moneda, para ellos será motivo de risa pensar que existieron las monedas de plata.
-Lo cierto es que la locha también tenía su valor- contestó José a su mujer – porque muchos pagamos con un “medio” aquellos helados conocidos como morochos. Estaba claro que un helado costaba doce céntimos y medio.
La nostalgia se apoderó de los dos, ya estas no son historias que se transmiten de abuelos a nietos, sólo basta el paso de una generación a otra para acumular un buen anecdotario - José continuó mientras su mujer lo contemplaba quizá hasta con ganas de llorar - ¿Y te acuerdas cuando desaparecieron las monedas y comenzaron a aparecer aquellos billetes azulitos que equivalían a uno y dos bolívares? ¿Para qué, si un buen día decidirían no fabricar más billetes de cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos bolívares y las monedas volverían a aparecer?
-Si – contestó María - monedas que no han sido bien recibidas, entre otras cosas porque hemos tenido que rescatar las “chacaritas”, “portamonedas”, “monederos”, aparte de que la “viveza criolla” ha hecho su “agosto” con aquello de que “No tengo sencillo”. ¡Ay! – suspiró- aquel tiempo de los billetes ya no volverá y pensar que en el descuido sutil en que caemos con las moneditas, a cualquiera se le puede escapar la quincena. Lo de no tener cambio se ha extendido demasiado. Cada vez que vamos de compras tenemos que mostrarnos indiferentes ante el abuso de muchos comerciantes que sonríen felices y contentos tras su caja registradora quedándose con los setenta y cinco céntimos, los dos o tres bolívares que nos corresponden de vuelto ¿No es obligación de los comerciantes estar preparados con el suficiente “cambio” para atender adecuada y justamente a los clientes?. ¿Todo ese dinero acumulado de la suma de un vuelto y otro “robado” amigablemente al usuario, a manos de quién va a parar cuando se realiza el cierre de la caja registradora?
Los recuerdos se habían vuelto una realidad, José pensó en lo importante de reclamar el vuelto aunque se reciba una torcida de ojos. Qué bueno sería no movernos del lugar- le dijo a su mujer- hasta que nos haya sido entregado el vuelto completo, así se trate de cinco céntimos.
María sonrió sólo de imaginarse la situación. Hay que recordar en este anecdotario, que aún los céntimos tienen su valor.
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Otro abuso, de los tantos que sufrimos a diario. Lo mejor es hacer nosotros lo que les corresponde a los comerciantes: darles los céntimos que cada día, valen menos.
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